Un matadero - Museo de Bellas Artes de Bilbao

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Un matadero

Guiard, Adolfo

Bilbao, 10/04/1860 - Bilbao, 08/03/1916

Óleo sobre lienzo

58 x 40 cm

Guiard (ángulo inferior derecho)

1882

Último cuarto de siglo XIX

82/2210

Aportación de la Diputación Foral de Bizkaia en 1923

Un matadero fue realizado por Guiard en el ecuador de su estancia parisina (1878-86) y en cierto modo representa el punto de inflexión entre sus años de aprendizaje y su camino hacia el impresionismo. Por tratarse de una obra madura, realizada con plenitud de recursos, constituye una referencia en el origen para establecer la evolución del pintor y la naturaleza de sus preocupaciones artísticas. Puede hablarse de una primera obra maestra, realizada en clave naturalista.

El cuadro describe unas instalaciones interiores amplias, pero lóbregas, que sirven como matadero de cerdos y en donde además se manipula con su carne, sus vísceras y su sangre. La composición, en diagonal, presenta en primer término, en el suelo, un rectángulo luminoso que dibuja la luz cruda que entra por la puerta. En segundo término aparece un colgadero de donde penden los cuerpos de tres cerdos abiertos en canal. Al fondo, detrás de una abertura en el muro, aparece otro hueco, iluminado cenittalmente por una claraboya invisible otra se percibe más atrás, en la que una mujer joven trabaja sobre una tina. A su lado se ve una mesa con elementos para, a lo que parece, completar el trabajo de fabricar chacina. Guiard no ha escatimado detalles para transmitir la desagradable realidad. En primer lugar destaca el uso de la luz, el claroscuro dramático que determina la perspectiva, con un recurso probablemente recibido de Velázquez en el ámbito trasero iluminado donde trabaja la muchacha, resuena el fondo de Las hilanderas, 1657 (Museo Nacional del Prado, Madrid) para incrustar la figura humana en el último término. Hay en esta composición también una referencia a los bodegones flamencos manieristas y barrocos que sitúan el núcleo argumental al fondo, para desarrollar la descripción de objetos y manjares en primer término, cuya conexión con Velázquez desde su juventud (La mulata, c. 1617, The Art Institute of Chicago y National Gallery of Ireland, Dublín) ha sido también establecida. A pesar de que la escena reflejada por Guiard es perfectamente verosímil desde el punto de vista de una realidad inmediata, se detecta en ella la distribución de los motivos procedente de los citados bodegones de los siglos XVI y XVII. Una imagen que se impone al contemplar el cuadro es la del buey de Rembrandt (El buey desollado, 1655, Musée du Louvre, París), conocido precedente del tema, y resuelto también con una fuerte tensión luminosa y un realismo implacable, aunque hay alguna obra, como el Cerdo desollado, 1563, de Joachim Beuckelaer (Wallraf-Richartz-Museum, Colonia), con mayor semejanza formal al cuadro de Guiard, y que, en este caso, es la primera referencia del motivo. La oscuridad alivia la visión del repulsivo lugar, que la luz, por el contrario, pone en evidencia; una luz que se derrama por la piel de los animales muertos, que culebrea por el suelo encharcado, que hace brillar las vísceras que aún cuelgan del cuello del cerdo más cercano o de las manos de la mujer.

La influencia de los postulados naturalistas, con su preferencia por los ambientes sórdidos y los personajes marginales, se percibe a primera vista en la obra Guiard fue un consumado lector de Émile Zola y tuvo amistad con él; y nunca abandonó del todo en su obra el recuerdo de estas influencias, aunque con distancia. El ambiente es tétrico gracias a la oscuridad del color, dominado por el carmín, el marrón y el gris. Sin embargo, la factura es suelta y vibrante, con pinceladas incisivas y llenas de ritmo e intervenciones sobre la materia pictórica que anuncian el gusto por la línea y los elegantes perfiles que, bajo la influencia de las estampas orientales y los impresionistas dibujantes, como Degas, Guiard desarrolló en su obra posterior. Una extraña mancha clara en el primer término a la izquierda, que se configura casi como un signo caligráfico oriental o un extraño lazo, da fe de su sentido de la belleza.

[Javier Viar, 2008]

Bibliografía seleccionada

  • De Goya a Gauguin : el siglo XIX en el Museo de Bellas Artes de Bilbao [Cat. exp.]. Bilbao, Museo de Bellas Artes de Bilbao, 2008. pp. 447-449, n° cat. 96
  • Homenaje a Adolfo Guiard : exposición de sus obras [Folleto]. Bilbao, Asociación de Artistas Vascos, 1916. s. p., n° cat. 44. (Con el título Un matadero y propiedad de Pedro Sorrigueta)
  • Bengoechea, Javier de. Catálogo de arte moderno y contemporáneo del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Bilbao, Banco de Vizcaya, 1980. p. 61. (Con el título Matadero).
  • González de Durana, Javier. Adolfo Guiard : estudio biográfico, análisis estético, catalogación de su obra [Cat. exp.]. Bilbao, Museo de Bellas Artes de Bilbao ; Caja de Ahorros Vizcaina, 1984. pp. 29, 197, 198, n° cat. 36.