Historia
Presentación
Desde el arte románico hasta las primeras vanguardias y sus derivaciones contemporáneas, el Museo de Bellas Artes de Bilbao ofrece un recorrido en el que pueden descubrirse los principales artistas, estilos y escuelas del arte occidental a través de obras representativas.
La colección incluye a maestros tan significativos dentro de la historia del arte como Lucas Cranach el Viejo, Martin de Vos, El Greco, José de Ribera, Francisco de Zurbarán, Bartolomé Esteban Murillo, Orazio Gentileschi, Francisco de Goya, Joaquín Sorolla, Mary Cassatt, Paul Gauguin, Ignacio Zuloaga, Francis Bacon, Eduardo Chillida, Antoni Tàpies, Miquel Barceló o Richard Serra, entre otros muchos. La nutrida presencia de los artistas de nuestro entorno conforma la mejor colección de arte vasco, con la más completa nómina de artistas. Entre los clásicos, cabe citar a Adolfo Guiard, Darío de Regoyos, Francisco Iturrino, Aurelio Arteta, Jorge Oteiza o los citados Zuloaga y Chillida, por mencionar solo algunos.
En la actualidad reúne más de 19.000 obras, de las que buena parte, en torno a 15.000, corresponde al abundante fondo sobre papel –dibujos, grabados, carteles y fotografías–, más de 2.000 son pinturas y cerca de 500 son esculturas. Las artes decorativas están también presenten en la colección con alrededor de 800 obras, entre las que destacan la colección Palacio de arte oriental y un conjunto de cerámicas de Manises de los siglos XIV y XV. Salvo algunas piezas arqueológicas de mayor antigüedad, como la colección de figurillas etruscas y un busto en piedra procedente de Palmira, y las incorporaciones recientes de obras fechadas más allá del año 2000, comprende una cronología fundamental desde el siglo XIII hasta el XX.
El contexto cultural y la «Asociación de Artistas Vascos»
Sorprende al visitante la riqueza de este patrimonio artístico, que se explica a la luz del contexto en el que se creó el museo, la personalidad de quienes contribuyeron a ello y el devenir posterior del núcleo inicial de la colección. De hecho, el museo surgió como respuesta a las aspiraciones de la emergente burguesía bilbaína que, en los inicios del siglo XX, ansiaba acompañar de un florecimiento cultural la prosperidad económica derivada de la pujante industria siderúrgica y naval. Es, pues, un ejemplo tardío del aumento de instituciones museísticas que sucedió en Europa durante el siglo XIX y quizá por ello adquiere mayor significación el hecho de que la iniciativa cívica, secundada por la institucional –Ayuntamiento de la Villa y Diputación Provincial– y la de un inquieto grupo de artistas, consiguiera llevar a término su empeño fundando en 1908 el Museo de Bellas Artes de Bilbao, que abrió sus puertas en 1914. Todos ellos creían firmemente en la finalidad pedagógica del museo y, lo que es más admirable, eran conscientes de su aportación a la contemporaneidad. Este empeño colectivo es, precisamente, uno de los rasgos distintivos, que pervivirá a lo largo de toda su historia y llegará hasta nuestros días.
De este modo, el museo se incorporó a la conciencia ciudadana de Bilbao en un momento en el que surgieron otras instituciones e iniciativas que respondían, también, a un mismo ímpetu modernizador. En el contexto cultural, y por mencionar solo algunos hechos relevantes, entre 1900 y 1910 se celebraron en Bilbao seis exposiciones de arte moderno, y un año más tarde, en 1911, se creó la Asociación de Artistas Vascos que, hasta 1937, actuó como un verdadero agente cultural organizando exposiciones, facilitando relaciones entre artistas locales y foráneos, y promoviendo todo tipo de actividades. Esta efervescencia artística tenía como fin la definitiva incorporación a la modernidad, inalcanzable sin conocer de primera mano los núcleos de renovación europeos. Pocos años antes, el pintor Darío de Regoyos había coincidido en Bruselas con los artistas de la vanguardia belga, y otro personaje clave para el arte vasco, el escultor Francisco Durrio, ejercía de cicerone en París para la abundante colonia que formaban allí los pintores vascos; entre otros, Ignacio Zuloaga –uno de los «imprescindibles» del ambiente artístico parisino, también estrechamente relacionado con el museo– o Francisco Iturrino, amigo de Pablo Picasso, Henri Matisse y André Derain.
Durrio vivió entre 1901 y 1904 en el célebre Bateau-Lavoir de Montmartre, aunque su estancia en la capital francesa se prolongó más de medio siglo, tiempo en el que conoció a muchos de los protagonistas de la vanguardia artística de entonces: trabajó la cerámica junto a Picasso y mantuvo una estrecha amistad con Paul Gauguin. Conservó siempre un fuerte vínculo con Bilbao, su ciudad de adopción, y desarrolló, además, una prolongada labor como marchante de arte, especialmente para su mecenas el empresario Horacio Echevarrieta, quien, en línea con el antes mencionado espíritu filantrópico que alumbró la génesis del museo, en 1919 donó El rapto de Europa, una de las pinturas principales de Martin de Vos.
Primera exposición internacional de pintura y escultura
Estas aspiraciones de modernidad se materializaron en 1918 con la invitación a Robert y Sonia Delaunay por parte de la Asociación de Artistas Vascos a presentar su primera exposición en el país y, sobre todo, con la celebración en 1919 también en Bilbao de la Primera exposición internacional de pintura y escultura. Organizada por la Diputación y por una comisión presidida por Ramón de la Sota, e integrada por artistas, arquitectos, coleccionistas y críticos, como el influyente Juan de la Encina, la muestra fue determinante para el devenir artístico de la ciudad, pues contribuyó enormemente a la formación de los jóvenes artistas al reunir, aunque con cierto retraso, obras de creadores internacionales de primera línea como Picasso, Cézanne, Gauguin, Van Gogh, Maurice Denis o Mary Cassatt.
Por otra parte, la Diputación de Vizcaya adquirió en esa exposición lo que poco después sería el núcleo que dio origen al Museo de Arte Moderno y que incluyó, entre otros, los cuadros Mujer sentada con un niño en brazos de Cassatt o Laveuses à Arles (Lavanderas en Arlés) de Gauguin, que, por entonces y durante mucho tiempo, fueron las primeras obras de estos dos destacados pintores postimpresionistas en una colección pública de nuestro país. De la Sota adquirió y donó el Retrato de la condesa Mathieu de Noailles de Zuloaga, y otras obras que también participaron en la exposición, como dos litografías de Cézanne, se incorporarían más tarde a la colección por diversos procedimientos.
Donaciones, legados y depósitos
La colaboración de particulares que donaron, legaron o depositaron sus obras fue fundamental en la creación y desarrollo del museo, y se inscribe dentro de una práctica de mecenazgo cultural propia de la época, que exigía la paciente dedicación y la necesaria discreción del coleccionista individual, que en alguna medida ha pervivido a lo largo de toda su historia y llega hasta nuestros días.
Entre ellos, cabe destacar las figuras de Laureano de Jado, que, tras donar inicialmente diecisiete obras, legaría toda su colección en 1927, y Antonio Plasencia, que cedió por los mismos años una docena de obras y donaría otras treinta y siete a lo largo de su vida.
El gusto artístico dominante de la época y las inclinaciones particulares de cada coleccionista fueron determinantes, entre otros factores, para el crecimiento posterior de los ejes principales de la colección y para la incorporación de colecciones insólitas en nuestro entorno que, por su calidad y excepcionalidad, constituyen otro de los rasgos de originalidad del museo. En el primer caso es paradigmático el legado Jado, con un importante conjunto de obras de arte flamenco, y, en el segundo, la colección de cerca de trescientas piezas de arte oriental reunida por José Palacio, que ingresó en el museo en 1953 en una primera parte donada por su heredera, María de Arechavaleta, quien legó el resto en 1954.
En los años que mediaron entre la fundación del Museo de Bellas Artes, el 5 de octubre de 1908, y su apertura, el 8 de febrero de 1914, se creó la Junta de Patronato, se redactó el reglamento y se conformó una colección constituida por depósitos de la Diputación –el más numeroso–, del Ayuntamiento, del Estado, de la Escuela de Artes y Oficios, y de la Santa Casa de Misericordia, entre otras instituciones, junto a depósitos y donaciones de particulares.
La Escuela de Artes y Oficios
La colección, formada básicamente por arte antiguo, se instaló en tres salas, acondicionadas para ese fin por el arquitecto municipal Ricardo Bastida, del bello edificio neoclásico que había sido Hospital Civil de Atxuri y que, con el traslado del hospital a Basurto, se convirtió en Escuela de Artes y Oficios. En sintonía con la idea de director connaisseur y con la implicación de los artistas en la creación del museo, el pintor Manuel Losada fue nombrado primer director del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Durante los años siguientes la colección fue aumentando mediante adquisiciones –algunas tan relevantes como La Anunciación de El Greco–, depósitos y donaciones de particulares y artistas, procedimientos a los que se sumó la suscripción popular con la que ingresaron, entre otras, obras de los pintores Zuloaga o Benito Barrueta.
Pronto el espacio para la exhibición y almacenamiento de la colección –que reunía en torno a doscientas cincuenta obras– resultó insuficiente, mientras que el emplazamiento del museo se reveló poco adecuado para atraer visitantes. Ante estos problemas, que comenzaban a ser acuciantes, la Junta solicitó, por una parte, un nuevo local para poder al menos guardar las obras y, por otra, la consideración de una propuesta para la construcción de un Palacio de Bellas Artes. Al tiempo que se estudiaban diversas posibilidades, que resultaron finalmente fallidas, el ambiente artístico bilbaíno fue creando el caldo de cultivo necesario para un nuevo museo, esta vez dedicado al arte moderno.
El Museo de Arte Moderno
De este modo, en 1922 Lorenzo Hurtado de Saracho presentó a la Diputación una moción para, en colaboración con el Ayuntamiento de Bilbao, crear un Museo de Arte Moderno. El importante corpus de obras adquiridas en la mencionada exposición internacional de 1919 –una veintena a las que se sumaron las de artistas vivos, segregadas de la colección del Museo de Bellas Artes, y nuevas donaciones y adquisiciones– respaldó la idoneidad del proyecto, que, con gran celeridad, se plasmó en 1924 en la creación del Museo de Arte Moderno, alojado en unas dependencias anejas al palacio de la Diputación que la institución había destinado a biblioteca, archivo e imprenta provincial. En enero el pintor Aurelio Arteta fue nombrado director –puesto en el que, con intermitencias, permanecerá hasta el inicio de la Guerra Civil española– y el 25 de octubre el nuevo museo, resueltamente innovador para su tiempo, abrió sus puertas con una colección de ciento treinta y siete obras. Ese mismo año el Museo de Bellas Artes adquirió dos obras maestras: Lot y sus hijas de Orazio Gentileschi y San Sebastián curado por las santas mujeres de José de Ribera.
Ambas instituciones habían nacido, pues, con la misma fe en el potencial del museo como estructura cultural y educativa, con parecido número de obras y con similar precariedad en el espacio y las instalaciones, que se hizo más evidente según su patrimonio artístico se iba enriqueciendo.
La Guerra civil
El comienzo de la Guerra Civil en julio de 1936 suspendió de forma dramática el desarrollo de ambos museos. Recién iniciada la contienda, y ante el riesgo de bombardeos aéreos, la colección del Museo de Bellas Artes fue almacenada en el Depósito Franco de Uribitarte, aunque una treintena de obras, principalmente de artistas vascos, se cedieron para ornamentar las estancias de la Presidencia del Gobierno Vasco, provisionalmente instalada en el Hotel Carlton.
A comienzos de 1937 la mayoría de las obras del Museo de Arte Moderno fueron expatriadas a Francia por vía marítima. En junio de ese mismo año las tropas franquistas tomaron Bilbao y se hicieron con el poder de las instituciones. Pronto comenzaron la recuperación de las obras de los dos museos y las gestiones para el regreso de las exiliadas, que se hizo efectivo a finales de 1939.
El nuevo Museo de Bellas Artes de Bilbao
Pero ya en 1938 el problema del alojamiento adecuado de las colecciones, esta vez agravado por la inhabilitación de los locales a causa de la guerra, se hizo acuciante y, así, a finales de ese mismo año, los arquitectos Fernando Urrutia y Gonzalo Cárdenas firmaron conjuntamente el proyecto para la construcción de un nuevo edificio en el Ensanche moderno de la ciudad, que fuera sede única para las colecciones de ambos museos. El proyecto fue aprobado en febrero de 1939 por la Diputación y el Ayuntamiento, y el nuevo Museo de Bellas Artes de Bilbao quedó inaugurado el 17 de junio de 1945. Entretanto, y a pesar de las dificultades económicas, se adquirieron obras tan señaladas como La Sagrada Familia de Jan Gossart o La Virgen con el Niño Jesús y San Juan Bautista niño de Francisco de Zurbarán, entre otras.
El edificio –declarado Monumento Histórico-Artístico en 1962– fue construido según un repertorio neoclásico inspirado en modelos museográficos tradicionales y, de forma especial, en el que Juan de Villanueva concibió en 1785 para el Museo del Prado. Tiene planta en forma de ele, dos pisos con salas para la exhibición de obras de arte y un sótano que aloja dependencias para los servicios internos. El vestíbulo de entrada es una de las estancias de mayor personalidad. Solado en dos colores de mármol, recorrido por una escalera monumental con una original balaustrada e iluminado por la luz natural procedente de un lucernario cenital y de un gran ventanal situado en el rellano, aporta serenidad y refinamiento al conjunto. En el lado meridional, una galería adintelada apoyada sobre columnas refuerza el simbolismo clasicista de un edificio público que aspiraba, en forma y en contenido, a mostrar la continuidad cronológica de un discurso basado en la historia del arte, que hizo que las colecciones de ambas instituciones terminaran por unirse, entonces de facto y en 1969 administrativamente. Como director de este nuevo Museo de Bellas Artes de Bilbao fue nombrado quien ya lo fuera del museo originario, Manuel Losada, que ocupó el cargo hasta 1949. Le sucedieron Crisanto de Lasterra hasta 1973, que se ocupó de hacer los primeros inventarios de la colección, y Javier de Bengoechea hasta 1982, que continuó esa inicial labor científica y elaboró las primeras guías de sala.
Años 70. Primera ampliación
Tras dos décadas de actividad, el espacio original resultó otra vez insuficiente, por lo que, de nuevo a propuesta de Hurtado de Saracho, por entonces alcalde de Bilbao, a comienzos de los años sesenta se decidió acometer una ampliación. Los arquitectos Álvaro Líbano y Ricardo Beascoa visitaron varios museos europeos antes de proponer una obra innovadora, que quedó concluida en 1970, claramente influida por el movimiento moderno y la arquitectura de Mies van der Rohe. Nuevamente se concibió una planta en ele, esta vez en desarrollo inverso a la original, con un gran vestíbulo acristalado que se relaciona con el entorno natural del parque de doña Casilda. El primer piso se ocupó por la gran sala dedicada al arte contemporáneo, con iluminación cenital y lateral a través del muro cortina que conecta visualmente con el edificio antiguo y con el paisaje urbano, mientras que el segundo se destinó a dependencias internas. El lenguaje arquitectónico, que huye de referentes historicistas y desarrolla volúmenes netos y superficies diáfanas, concretó un edificio elegante y ligero que en 2010 fue seleccionado por la Fundación para la Documentación y la Conservación del Movimiento Moderno para ser incluido en el registro del patrimonio arquitectónico de ese movimiento artístico.
Durante la década de los ochenta, los nuevos criterios museográficos determinaron la necesidad de diversas reformas que afectaron a la fisonomía original, como el progresivo cierre del porche, la construcción de un salón de actos o la habilitación de los sótanos del edificio para alojar servicios como la biblioteca, el departamento de Educación, la tienda o la cafetería. A principios de los años noventa, siendo director Jorge de Barandiarán, se cerró definitivamente el porche para acondicionar la sala BBK de exposiciones temporales y el Gobierno Vasco se incorporó a los órganos de gobierno del museo sumándose a las instituciones fundadoras, Ayuntamiento de Bilbao y Diputación Foral de Bizkaia. Paralelamente, se adquirieron obras de maestros del arte antiguo, como Retrato de Felipe II de Antonio Moro o Lamentación sobre Cristo muerto de Anton van Dyck, y contemporáneo, como Gran oval de Antoni Tàpies.
Años 90. Fundación, Patronato y Segunda ampliación
En 1996 asumió la dirección Miguel Zugaza y, tras dos años de gestión, en 1998, el Consejo de Administración aprobó un plan para revitalizar el museo y situarlo en un lugar relevante dentro de las infraestructuras culturales del ámbito europeo. El plan se desarrolló en tres líneas fundamentales de actuación: programa de gestión, artístico y de infraestructuras. La primera tuvo como objetivo la apertura a la participación privada y para ello se determinó la constitución de una fundación y de un nuevo órgano de gobierno, materializado en la figura del Patronato. La segunda puso en marcha un intenso programa de exposiciones y actividades, al tiempo que centraba su atención en potenciar la colección permanente. Por esos años, se incorporaron, mediante dación, obras tan significativas como Canastilla de flores de Juan de Arellano, San Pedro en lágrimas de Bartolomé Esteban Murillo o Vista de El Arenal de Bilbao, de Luis Paret. Por último, se convocó un concurso para la adjudicación de un plan de reforma y ampliación, con el objetivo de modernizar las instalaciones y servicios del museo.
Ese mismo año se formó un jurado en el que participaron, entre otros, los arquitectos Álvaro Líbano, Rafael Moneo y Norman Foster. Tras el examen de las propuestas, se determinó la ejecución del proyecto presentado por el equipo de arquitectos encabezado por Luis María Uriarte. El programa de necesidades propuso mejorar la comunicación horizontal y vertical entre los dos edificios mediante un nexo y una nueva galería. También liberar una serie de espacios para reunir y optimizar los servicios al visitante (recepción, cafetería, restaurante, tienda-librería, biblioteca, departamento didáctico y auditorio) y ampliar los espacios expositivos. De igual manera, se llevó a cabo un plan de accesibilidad y un cambio en la entrada, integrándola en el eje que une el centro de la ciudad con Abandoibarra. Por último, se replantearon las oficinas y se abordó la climatización del edificio antiguo.
Años 2000 – Actualidad
Tras la conclusión de las obras, el museo reinauguró sus instalaciones el 10 de noviembre de 2001, encarando el nuevo siglo con un edificio que actualizaba la fisonomía de dos arquitecturas preexistentes, pertenecientes a dos discursos museográficos diferentes: el de los museos históricos tradicionales volcados en la conservación y el conocimiento de la colección, y el de los equipamientos modernos de la segunda mitad del siglo XX, orientados hacia las actividades y el público. Por otra parte, el Bilbao que alumbró su primer museo a comienzos de siglo despidió la centuria con la apertura, en 1997, del museo Guggenheim Bilbao, esta vez como apuesta de regeneración económica y urbana a través de un icono arquitectónico, asumida por las instituciones.
Desde entonces el museo ha consolidado su protagonismo en el panorama museístico de nuestro entorno, dirigiendo sus esfuerzos hacia la investigación y enriquecimiento de la colección y hacia la atención al visitante, y dando estabilidad a sus principales programas. Entre las obras incorporadas a la colección ya bajo la dirección de Javier Viar entre 2001 y 2017 deben mencionarse Lucrecia, de Lucas Cranach el Viejo, Hierros de temblor II de Eduardo Chillida, The Hispanist (Nissa Torrents) de R. B. Kitaj y Des potirons de Miquel Barceló. En octubre de 2008 el veterano Museo de Bellas Artes de Bilbao celebró su centenario, consciente de aquel primer impulso colectivo y orgulloso de las obras que atesora.
Miguel Zugaza retomó la dirección en 2017, impulsando la ampliación y reforma del museo diseñada por los arquitectos Norman Foster y Luis María Uriarte como punta de lanza de un ambicioso programa de transformación. Un proyecto, con el lema Agravitas, que, en el acto de colocación de la primera piedra –celebrado el 17 de noviembre de 2022–, Foster definió como «un vínculo entre lo heredado, el pasado de esta gran institución, y el museo del futuro».