Exposición: Zurbarán. La obra final (1650-1664) - Museo de Bellas Artes de Bilbao

Finalizada

10-10-2000 • 17-01-2001

Zurbarán. La obra final (1650-1664)

Sala BBK

El análisis de la obra final de los artistas a través de publicaciones y exposiciones monográficas viene suscitando durante los últimos años el interés de los especialistas. En el caso de Francisco de Zurbarán este tipo de aproximación a su obra presenta un interés aún mayor por el especial derrotero que caracterizó el final de su carrera y cristalizó en un nuevo estilo, que constituye la producción más personal del pintor.

El cierre del importante taller sevillano de Zurbarán, tras el episodio de la peste de 1649, y su posterior instalación en Madrid enmarcan un periodo creativo que, a pesar de tardío, pues Zurbarán contaba ya con más de cincuenta años, resultó especialmente fecundo dentro de la trayectoria de uno de los principales maestros españoles del Siglo de Oro. Principalmente empeñado en la elaboración de obras destinadas a la devoción privada, demandadas por la nueva clientela de la Corte, Zurbarán fue capaz de culminar su madurez creativa con un nuevo estilo en su pintura, más lírico y luminoso.

La exposición organizada por el Museo de Bellas Artes de Bilbao permitirá al público contemplar, por vez primera, el esplendor final del maestro a través de cerca de treinta obras procedentes de importantes colecciones y museos españoles e internacionales.

La selección de obras y el asesoramiento científico del proyecto han corrido a cargo del catedrático Alfonso E. Pérez Sánchez autor, así mismo, de los textos del catálogo que acompaña a la exposición junto con los de las especialistas Odile Delenda y Ana Sánchez-Lassa.


FRANCISCO DE ZURBARÁN (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598- Madrid, 1664)

Hijo de un comerciante acomodado de origen vasco, y sin ningún antecedente artístico familiar, Francisco de Zurbarán se estableció en Sevilla para aprender durante tres años el oficio de pintor en el taller de Pedro Díaz Villanueva. Al cabo de esos tres años, Zurbarán volvió a su tierra natal y se estableció en Llerena. A pesar de que su taller fue bastante próspero y contaba con varios ayudantes se conocen muy pocas obras de esta primera etapa del pintor.

En 1626 Zurbarán se trasladó a Sevilla, donde mostró una temprana madurez artística y obtuvo un reconocimiento casi inmediato como pintor tenebrista, tal y como prueba el hecho de que casi todos los conventos de la ciudad quisieran contar con él para renovar su decoración.

Los diez años siguientes representan el apogeo de su carrera, tanto por la calidad como por la cantidad de los encargos que recibió. En 1634 fue invitado por la Corte para tomar parte en la decoración del Salón Grande del nuevo palacio del Buen Retiro con un ciclo sobre los trabajos de Hércules y dos cuadros de batallas; durante ese mismo año, recibió el título de “pintor del Rey”.

Entre 1638 y 1639 pintó dos de sus principales ciclos religiosos: el retablo mayor de la Cartuja de Jerez y la sacristía del monasterio de Guadalupe. Su estilo estaba ya plenamente formado. Entre sus principales características destaca un vigoroso sentido de lo concreto que le llevó a desarrollar una increíble capacidad para reproducir la materialidad y la textura de los objetos, tal y como se pone de manifiesto en el reducido número de bodegones que pintó, en los detalles de sus grandes composiciones donde a menudo aparecen libros, flores, cacharros o frutas, e, incluso en la manera de firmar en un pequeño papelillo fingido sobre la tela a modo de trampantojo. Esta capacidad se pone de manifiesto también en la expresividad y perspicacia analítica que reflejan sus rostros, en ocasiones calificados como retratos “a lo divino”.

Otro rasgo sobresaliente de su pintura es la sutileza en el empleo de gamas cromáticas, rojos, amarillos y ocres que resaltan la enorme variedad de matices del blanco. Pero a pesar de la poderosa monumentalidad de sus volúmenes, su estilo tiene ciertas limitaciones, sobre todo, en las composiciones complejas y en el tratamiento espacial.

Consciente quizás de estas limitaciones, Zurbarán basó a menudo sus composiciones en motivos procedentes de estampas, tal y como lo prueban el hecho de que en el inventario de bienes de su testamento se cite una gran cantidad de ellas y, de modo aún más directo, algunos de sus personajes, como en el caso del lienzo del Museo de Bellas Artes de Bilbao en donde la figura de la Virgen procede directamente de la famosa estampa de Durero “La Virgen del mono”

Durante la década de los años cuarenta, a los numerosos encargos recibidos en su obrador se sumó una importante producción con destino al Nuevo Mundo.


EL ESPLENDOR FINAL: 1650-1664

Durante el periodo que transcurre entre, aproximadamente, 1649 y 1664, fecha de su muerte, se producen una serie de acontecimientos adversos en la vida de Zurbarán. La epidemia de peste que asoló Sevilla en 1649, y que afectó gravemente al contexto familiar del artista con el fallecimiento de su hijo y también pintor Juan, propició el declive económico de la capital hispalense a principios de la segunda mitad del siglo XVII. Al mismo tiempo, el ascenso de otros jóvenes pintores, y con un estilo diferente, como Murillo o Herrera el Mozo pudo resultar un inconveniente para la actividad del pintor. Finalmente, el debilitamiento del rigor contrarreformista generó un cambio en el gusto de la época alejado del naturalismo sombrío y austero que, hasta entonces, había caracterizado al estilo de Zurbarán.

A pesar de ello, el maestro no sólo supo sobreponerse a estas circunstancias sino que consiguió elaborar en esos años finales, y frente al barroco pleno que se imponía, un nuevo estilo sereno y claro, de orientación clasicista. A este periodo final corresponde el ciclo de la Cartuja de las Cuevas, al que pertenece la célebre composición San Hugo en el Refectorio, quizás una de sus obras más apreciadas del conjunto de su carrera.

La exposición arranca con obras pertenecientes a los últimos años sevillanos del maestro, en las que se refleja ya la moderación del rigor formal de su estilo anterior. Buena prueba de ello es La Anunciación del Museo de Filadelfia (1650). A partir de esta composición surgen otras versiones como la Virgen de la Anunciación (Colección privada). Ambas se presentan por primera vez al público. Otras obras significativas de este periodo son: el Cristo con la cruz a cuestas de 1653 (Catedral de Orleans) y la Inmaculada Concepción Niña de 1656 (Madrid, Colección Arango).

A partir de estos antecedentes, la exposición recorre de forma más exhaustiva la producción de los años madrileños, en los que se produce una reducción en el tamaño de las obras del pintor asi como una mayor dedicación a los temas devocionales. La única excepción conocida es el encargo de completar la decoración de la Capilla de San Diego en el Convento Franciscano de Alcalá de Henares, iniciada por Alonso Cano, para el que Zurbarán realiza Santiago de la Marca (Museo del Prado, Madrid) y San Buenaventura recibiendo la visita de Santo Tomás de Aquino (San Francisco el Grande, Madrid)

Al margen de este caso, el trabajo de Zurbarán, sin el auxilio del taller que le acompañó en Sevilla, se empeñó en obras con destino a oratorios privados madrileños, para los que retomó asuntos especialmente queridos por el pintor como la Santa Faz, de la que se muestran dos de sus últimos ejemplos (Museo de Valladolid y Museo de Bellas Artes de Bilbao), o como su particular devoción por la imagen de San Francisco, representado en meditación en el melancólico ejemplar de la Colección Arango o asistiendo a una de las apariciones de la Virgen y el Niño en la Porciúncula (Colección particular).

Pero quizás lo más original de su producción en estos años fue la interpretación de temas marianos, frecuentemente acompañados por pequeños bodegones de fruta que refuerzan el significado simbólico de la obra y demuestran el virtuosismo de Zurbarán en la representación de lo real. Del primer grupo, destaca la recientemente restaurada imagen de la Inmaculada Concepción de Langon, obra de gran lirismo. Por otra parte, el tratamiento de la infancia de María queda reflejado en la pequeña Virgen niña cosiendo del Instituto Gómez-Moreno de Granada. Finalmente, las vírgenes con el niño adquieren protagonismo en estos años, interpretadas con un espíritu sereno próximo a los modelos renacentistas. La exposición ofrece diversas versiones del tema como la Sagrada Familia de Budapest, La Virgen y el Niño del Museo Pushkin de Moscu, o las tres interpretaciones del encuentro entre el Niño Jesús y San Juan Niño ante la presencia de María procedentes del San Diego Museum of Fine Arts, de una colección particular suiza y del Museo de Bellas Artes de Bilbao, última obra firmada por Francisco de Zurbarán.

Patrocinador: