Exposiciones
La obra invitada
Finalizada
18-10-2023 • 11-03-2024
Picasso. Mousquetaire à la pipe
Pablo Picasso
Sala 20
Entre 1966 y 1972, un año antes de morir con 92 años en su residencia de la localidad francesa de Mougins, Pablo Picasso (Málaga, 1881–Mougins, Alpes Marítimos, Francia, 1973) desplegó una energía portentosa que alimentó, entre otras, una larga serie de obras con las que trasladó desde el siglo XVII hasta el XX la legendaria figura del mosquetero. Más de 450 cuadros y dibujos muestran a este personaje popularizado por la célebre novela Les trois mousquetaires (1844) de Alejandro Dumas, deconstruido y de nuevo construido en múltiples interpretaciones según la lógica picassiana.
En el Año Picasso, que conmemora el 50 aniversario de la muerte del pintor, la Fundación Santander y el museo presentan una nueva edición (69) del veterano programa La Obra Invitada, poniendo su atención en esta intensa etapa final del genio y en esta particular iconografía que los historiadores del arte han interpretado como su desprejuiciado y libérrimo alter ego.
A esta señalada ocasión se ha sumado el Museo de Arte Contemporáneo del País Vasco, Artium Museoa (Vitoria-Gasteiz) con Mousquetaire à la pipe (1968), la única pintura de Picasso en colecciones públicas de Euskadi. En su honor, le acompaña Busto de caballero III (1967) de la colección Banco Santander, patrocinador del programa.
Fechado en 1968, Mousquetaire à la pipe cambia el formato intimista de un retrato de busto por la figura completa del soldado que fuma una humeante pipa sentado en un sillón con las piernas cruzadas. Si en el cuadro de la colección Banco Santander Picasso se expresa con una contención clásica, en el gran lienzo de Artium Museoa despliega una batería de frenéticos efectos manieristas y reanima la paleta con un refinado ocre sobre el que se asienta la composición piramidal. Por su parte, realizado en un solo día y sin rectificaciones, Busto de caballero III presenta una figura con rastros historicistas y una gama cromática restringida de verde, azul grisáceo, lila, negro y reservas de blanco.
SALA 20
Pablo Picasso
Mousquetaire à la pipe, 1968
Óleo sobre lienzo. 162 x 114 cm
Colección Museo de Arte Contemporáneo del País Vasco, Artium Museoa
Sometido a finales de 1965 a una seria operación quirúrgica que le impedirá durante un tiempo poder pintar, el octogenario Pablo Picasso parece volver a leer en su residencia de Mougins la novela de aventuras Los tres mosqueteros, del popular autor francés Alexandre Dumas.
Protegido del mundanal circo del arte en el sur de Francia, sigue con atención los seriales de aventuras de caballeros y villanos en la televisión. Los mosqueteros, descritos como románticos caballeros de honor del siglo XVII, seductores empedernidos, bravucones y noctámbulos, pertenecen a un imaginario popular ajeno a los conflictos del mundo que en aquellos años desembocarán en el Mayo francés del 68 o la guerra de Vietnam. La severidad del arte conceptual o el pudor del activismo político-estético se incuban aquellos días bajo los mantos protectores de Marcel Duchamp y de los idealistas, que concibieron las primeras vanguardias utópicas.
La figura manierista del mosquetero, sus brillantes terciopelos, emplumados sombreros, botas de hebilla metálica, pipas humeantes y afiladas espadas... son elegidos por Picasso para convertirlos en un nuevo, aunque tardío y escandaloso, álter ego en su obra. El bigotudo caballero pasa a ser, junto a enanos, payasos y ancianos, miembro de la troupe de iconos de la última e innovadora década de su longeva producción artística. Con el pincel, el buril o el carboncillo, su versión grotesca y antiheroica de este personaje de ficción ayuda a que un rejuvenecido, malentendido, e incluso muy rechazado por la crítica en aquel entonces, Pablo Picasso pueda llevar a cabo la última gran aventura de su vejez artística, eso que él mismo calificaría como «un cuerpo a cuerpo con la pintura», muy habilidoso y más frenético, despreciando las normas de la buena técnica y con un estilo aparentemente
Los cuadros como este ahora son construcciones de naturaleza fragmentaria, que se erigen como composiciones tan desencajadas en la factura como firmes en la ejecución. Los trazos y raspados, las manchas y sobrepintados, se agolpan y se acumulan despreciando el pintor las normas de la imitación y del «buen gusto». Es una obra profundamente infiel, que en su día provocó una generalizada sensación de extrañamiento, el fruto de un talento que ya no escucha la normativa que imponen las reglas del hacer con corrección.
Desde finales de diciembre de 1966 hasta noviembre de 1972, Picasso realiza alrededor de 450 versiones diferentes del personaje, entre cuadros y dibujos. Lo incluye en los repertorios iconográficos de su ingente y fundamental obra gráfica de las Suites 343 y 156, volviendo una y otra vez a retratarlo como una figura exagerada, frecuentemente deforme, en posturas y con miradas satíricas, posiciones burlescas, y expresando la inquietante incongruencia propia de una mentalidad grotesca.
Picasso siempre mostró interés por los retratos de otros artistas y gustó de estudiar e interpretar obras muy concretas, que admiraba, bien por su extraordinaria factura artística, bien por su particularidad temática. Rembrandt está muy presente en el conjunto de pinturas, dibujos y grabados de la última década de su producción, al que pertenece este Mousquetaire à la pipe de 1968. Pero Picasso ni imita ni copia. Las interpretaciones, o mejor las apropiaciones de Picasso, siempre ambicionan la excitación de la superación. Para llevar a cabo este consciente ejercicio de subversión pictórica, con frecuencia echa mano de un recurso tan eficaz como peligroso como es la caricatura: destruir la convención que brinda la naturaleza, exagerando para humanizar lo representado y traerlo al lado de acá de la experiencia del arte; un modo de representación del mundo que constituye una naturaleza alternativa y extranjera.
El último Picasso que pinta este Mousquetaire à la pipe es un creador excéntrico, aterrado por el horizonte de la decrepitud y obsesionado por la energía de la sexualidad, excelsamente libre porque no necesita demostrar nada. Esto, no tener que examinarse, la arcadia que persigue cualquier creador inteligente, le permite ser salvaje en los modos y suicida en las formas, sucio en las gamas y desencajado en las pinceladas.
[ José Lebrero Stals
Director del Museo Picasso, Málaga
Exposición El arte y el Sistema (del arte). Acto 1
Museo de Arte Contemporáneo de País Vasco, Artium Museoa, 2017 ]
SALA 20
Pablo Picasso
Busto de caballero III, 1967
Óleo sobre lienzo. 73 x 60 cm
Colección Banco Santander
El 25 de octubre de 1966, Picasso cumplió 85 años. A pesar de su edad, la producción de los años anteriores e incluso de los siguientes fue abundante. Después del Guernica (1937), firmó y dató con gran frecuencia sus obras por el reverso del lienzo, incluyendo el día o los días y el mes en que las había hecho. Es muy común que las pinturas se realicen en un solo día, como sucede con esta del 9 de junio de 1967, y también que tengan una sola figura y no siempre entera. Sin embargo, las variantes en forma y color son continuas y muestran la inagotable inventiva del malagueño. Además de numerosas imágenes femeninas, que remiten muchas veces a su mujer Jacqueline Roque, y del recurrente asunto del pintor y su modelo, los bustos viriles de reminiscencias históricas del siglo XVII son protagonistas constantes.
Esta figura, queZervos cataloga como mosquetero, responde por sus características a este último tipo, si bien carece del sombrero en forma de ocho o madeja que suele acompañarlas. La melena partida en el centro que cae hasta los hombros, los mostachos ondulados y la perilla, así como la forma del escote y los adornos circulares del traje, definen al hombre como un personaje del siglo XVII.
A diferencia de lo que es su procedimiento ordinario, con gruesos trazos negros que delimitan las formas y las zonas de color, aquí simplemente mancha con pinceladas amplias y singulares, de las que con dificultad se llega a contar un centenar, volviendo a un modo que usaba desde hacía un decenio. Su certera intuición y la dilatada experiencia le permiten un trabajo rápido y sin rectificaciones.
Desde el punto de vista del lenguaje cubista que ha dominado la producción de Picasso desde el inicio del segundo decenio del siglo XX-con tantos matices como se quiera-, el busto que comentamos es bastante naturalista.Habrá que destacar, sin embargo, la manera de representar los ojos no solo por los dos elementos tonales-verde y negro- sino, sobre todo, por la diferente forma y disposición de cada uno de ellos.
Menos resaltable es la pincelada horizontal de la boca y las dos manchas que sirven para situar los orificios de la nariz. Ahora bien, el trazo que cruza la cara con amplitud en la frente y zigzagueante hasta la boca es también consecuencia, aunque subordinada, de su doble visión frontal-lateral de un rostro a lo cubista. No es extraña la manera con que resuelve la cabellera por el lado derecho, tan diferente del modo en que lo hace en el opuesto.
En este mismo año empleó varias veces la gama de colores que aquí se observa, aunque en distinta proporción y emplazamiento. Además del negro para cejas, ojos, nariz y pelo y en algunos detalles del traje, el azul suave un poco gris, el verdeoscuro pero no sombrío y un rosa que tiende a liliáceo configuran una obra de paleta bien complementada que pierde violencia y energía gracias a las zonas blancas.
[ José Manuel Cruz Valdovinos
Catedrático de Historia del Arte, Universidad Complutense (Madrid)
Catálogo Colección Banco Santander, AA. VV., 2020 ]
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