Exposición: Fernando Botero - Museo de Bellas Artes de Bilbao

Finalizada

08-10-2012 • 10-02-2013

Fernando Botero

Celebración

Sala BBK

Fernando Botero (Medellín, Colombia, 1932) es el más conocido de los artistas latinoamericanos aún en activo de la segunda mitad del siglo XX. Coincidiendo con el 80 aniversario de su nacimiento, esta exposición rinde homenaje a la trayectoria de un pintor, dibujante y escultor que ha sido capaz de desarrollar un estilo reconocible y propio, y que celebra una realidad profundamente vital a través de la exaltación del volumen y el color.

Fernando Botero. Celebración se presenta como una de las exposiciones antológicas más importantes de su carrera artística, pues reúne 80 obras realizadas en los últimos 60 años. Son 79 pinturas, que se exhiben en la sala BBK del museo, y una escultura monumental –el bronce Caballo con bridas (2009)–, colocada en la Gran Vía bilbaína frente a la sede principal de la entidad financiera patrocinadora de la muestra. Ha precedido a esta exposición una versión más amplia, clausurada el 10 de junio pasado en el Palacio de Bellas Artes de México, en donde recibió cerca de 250.000 visitantes.

El propio Fernando Botero ha intervenido de forma muy directa en la organización de la muestra, que ha contado, además, con el comisariado de su hija, Lina Botero, quien ha seleccionado y distribuido las obras, en su mayoría procedentes de la colección privada del pintor, según un recorrido temático repartido en ocho salas y bajo el criterio de ofrecer un resumen de más de seis décadas de trabajo. Lina Botero escribe el ensayo principal del catálogo, que recoge también textos de los escritores Carlos Fuentes, recientemente fallecido, y Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, además de cinco cuentos escritos e ilustrados por el propio Fernando Botero en los años ochenta.


Fernando Botero

Fernando Botero inició su trayectoria profesional en 1948, trabajando como ilustrador en el diario El Colombiano, de su ciudad natal. Tres años más tarde se trasladó a Bogotá, donde celebró su primera exposición individual. De formación básicamente autodidacta, en 1952 recibió el segundo premio del Salón Anual de Artistas Colombianos. Ese mismo año se trasladó a Madrid, en donde estudió en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y acudió con gran asiduidad al Museo del Prado.

Los años siguientes viajó por Francia e Italia, y en Florencia se interesó por la pintura al fresco renacentista. Regresó a Bogotá en 1955 y poco después viajó a México, en donde conoció el trabajo de los grandes muralistas mexicanos Diego Rivera y José Clemente Orozco, y también la obra renovadora de Rufino Tamayo y José Luis Cuevas. En 1960 se instaló en Nueva York y comenzó una serie pictórica dedicada a los maestros de la pintura: Leonardo, Rubens o Velázquez, entre otros.

Poco a poco, Botero fue configurando un estilo personal, figurativo y a contracorriente, caracterizado por la exaltación del volumen y por un vitalismo burlón con el que plasma motivos que giran siempre en torno a la condición humana: la vida tradicional colombiana, los personajes históricos, el bodegón, la vida burguesa, el circo y la tauromaquia… A comienzos de los años sesenta abandona definitivamente la influencia de las tendencias artísticas del momento y configura su particular visión de la pintura. Aplicada con una pincelada delgada, la materia desaparece, y las composiciones se llenan de formas plenas y color exuberante.

Esta condición monumental y la deliberada desproporción de las figuras se manifiestan también en las esculturas de representaciones humanas y animales, a las que dio inicio hacia 1973, año en el que fijó su residencia en París. A partir de ese momento su obra es internacionalmente reconocida y presentada al público en numerosas ocasiones, como las célebres exposiciones de sus esculturas monumentales en los Campos Elíseos de París en 1992 y en Nueva York, Buenos Aires y Madrid en 1993.

Celebración


La exposición comienza con los años de formación de Botero, para dar paso, seguidamente, a tres salas dedicadas a Latinoamérica, uno de los núcleos temáticos más importantes de su producción. Le siguen representaciones religiosas y de personajes del clero, tratados con un benevolente sentido del humor. Después, aparece el mundo del circo, las versiones y los retratos de maestros de la historia del arte, que Botero homenajea con admiración, y el tríptico de Abu Ghraib, que pertenece a la serie que el maestro dedicó a los terribles acontecimientos sucedidos en esa prisión iraquí. Tras esta denuncia, se presentan pinturas sobre la tauromaquia, otra de las pasiones de Botero, que preceden a la última sala, dedicada al género de la naturaleza muerta.

1.- Obra temprana

En esta primera sala se reúnen 8 obras de la etapa de aprendizaje de Botero, que muestran las diversas influencias que asumió hasta configurar un lenguaje propio. Desde la simplificación geométrica del arte popular y del muralismo mexicano, presente, junto a un cierto aire metafísico, en Los caballos (1954), hasta el expresionismo abstracto de Niño de Vallecas (1959), que revela además la admiración hacia la pintura de Velázquez.

2.- Latinoamérica

Las 22 obras que se presentan en las tres salas dedicadas a Latinoamérica tienen su origen en los recuerdos de infancia y juventud de Botero: grupos familiares, oficios tradicionales, bailes y odaliscas, y también la violencia que ha agitado Colombia en las últimas décadas. Comparten estas escenas, abigarradas y coloristas, la atmósfera que refleja buena parte de la literatura latinoamericana contemporánea. Formalmente, el carácter narrativo, la superposición de los personajes, su plenitud formal y la impresión de quietud que domina las composiciones muestran el estrecho vínculo que mantienen con la pintura quattrocentista italiana.

3.- Religión y clero

El arte sacro es un capítulo fundamental del arte occidental y también de la imaginería colonial barroca latinoamericana. Botero se incluye en esa tradición, tal y como muestran las 7 pinturas de esta sala, aunque lejos de los fines didácticos o de representatividad que le son propios. Es la plasticidad de las formas y vestiduras lo que realmente le interesa, la teatralidad y el boato de este mundo, particularmente presente en la cultura y la sociedad latinoamericanas, que el pintor plasma con amable sentido del humor.

4.- El circo

En 2006, durante una de sus habituales visitas a México, Botero –como antes les sucediera a Rouault o Picasso, entre otros artistas– se vio fascinado por el pintoresquismo de un circo popular. Este encuentro casual proporcionó numerosos motivos iconográficos al pintor, que desde ese momento, convertirá este mundo y a sus personajes en uno de los núcleos iconográficos principales de su prolífica producción.

Trapecistas, payasos, domadores, malabaristas y equilibristas aparecen en estos 14 lienzos mostrando una realidad en la que contrastan la melancolía de sus protagonistas con el colorido vistoso de los atuendos, y la vivacidad de las piruetas que ejecutan con el solemne hieratismo de los personajes, característico en toda la pintura de Botero.

5.- Versiones

Se muestra en esta sala una docena de obras que constituyen un homenaje a los maestros de la pintura occidental, admirados y estudiados por Botero desde su primer viaje a Europa en 1952. Esta devoción por las grandes obras y pintores del pasado, que será fuente de inspiración a lo largo de toda su carrera, se plasma de dos maneras, bien en forma de versión de obras conocidas de la historia de la pintura o bien en los retratos de sus autores. Con este particular homenaje Botero declara, además, su amor a las cualidades del oficio tradicional de pintor.

Se trata de pinturas según Piero della Francesca, Le Brun, Van Eyck, Rafael, Ingres o Goya, en las que el pintor deja que sigan siendo reconocibles aunque introduce alteraciones “según Botero”, que las acercan a su estilo. Junto a ellas se muestran los retratos de los pintores Giacometti, Delacroix, Courbet, Ingres o Rubens.

6.- Abu Ghraib

En 2004 se conoció el horror de la prisión de Abu Ghraib, en donde soldados estadounidenses torturaron atrozmente y asesinaron a prisioneros iraquíes. La noticia impactó a Botero, que ya antes, a finales de la década de los noventa, había hecho una serie dedicada a la violencia en Colombia. El resultado fue un conjunto de 56 pinturas y dibujos que fueron donados por el artista a la Universidad de Berkeley (California).
La serie, de la que se expone aquí una de sus obras centrales, el gran tríptico Abu Ghraib #44, pintado en 2005, muestra sin ambages la indignidad de la tortura, añadida a la sinrazón de la violencia. Las tres escenas se desarrollan en espacios confinados por barrotes en donde las víctimas son el motivo central. El colorido es aquí restringido y destaca sólo el rojo de la sangre de las heridas y el de las capuchas que cubren las cabezas de los torturados, víctimas anónimas y universales de la crueldad y la barbarie humanas.

7.- La corrida

Como ocurre con la iconografía circense, Fernando Botero siente una enorme admiración plástica por la tauromaquia, aunque, en este caso, centrada sobre todo en las enormes posibilidades cromáticas y compositivas que ofrece. A ello se añade la afición personal que el pintor siente por este mundo: de niño, su tío le inscribió en una escuela taurina de Medellín. De este modo, y siguiendo la tradición de Goya, Manet, Picasso o Bacon, entre otros, la corrida es uno de los temas predominantes de su obra desde comienzos de los años ochenta. Se presentan aquí 6 lienzos con diversos momentos –desde distintos lances de la lidia hasta la muerte trágica del torero– y personajes –incluido el caballo del picador–. Por su parte, Rapto de Europa desarrolla uno de los temas clásicos de la mitología griega, relacionado con el mundo del toro.

8.- Naturaleza muerta

Esta última sala reúne 9 composiciones de uno de los géneros tradicionales de la pintura, la naturaleza muerta, que forma otro de los núcleos principales de la obra de Fernando Botero. Muestran una estrecha vinculación con la tradición pictórica holandesa del siglo XVII, momento en el que la representación de objetos y de flores y alimentos inertes se configura como un género independiente. Botero lo traduce a su personal estilo y lo enriquece iconográficamente con la cultura latinoamericana, al representar las frutas y cacharros característicos. También aquí, como en el resto de su obra, la búsqueda de la belleza y del placer de la contemplación tiene en la sensual exaltación del volumen –en la “quieta y suntuosa abundancia”, en palabras de Vargas Llosa– su principal seña de identidad.


En la imagen:
Fernando Botero, (Medellín, Colombia, 1932)
Bailarines, 2002
Pastel sobre papel. 142 x 118 cm
Colección del artista

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