Exposición: De Goya a Gauguin - Museo de Bellas Artes de Bilbao

Finalizada

16-06-2008 • 28-09-2008

De Goya a Gauguin

El siglo XIX en el Museo de Bellas Artes de Bilbao

Sala BBK

Este año el Museo de Bellas Artes de Bilbao cumple cien años desde su fundación en octubre de 1908, y la efeméride es una ocasión única para dar a conocer la riqueza y variedad de sus fondos mediante exposiciones de la colección acompañadas de publicaciones específicas.

De este modo, Adquisiciones 02−07 reunióa comienzos de añotodas las obras adquiridas entre los años 2002 y 2007. Más tarde, Colección Arte XX puso de relieve la contribución de los coleccionistas e instituciones de nuestro entorno. Además, recientemente se ha recordado a aquellos artistas que defendieron la creación y desarrollo del Museo a través de la muestra Artistas Vascos. Colección Museo de Bellas Artes de Bilbao y, sobre todo, con la publicación por vez primera de la Guía de Artistas Vascos.

Ahora, en De Goya a Gauguin se propone una mirada sobre el siglo XIX, una parte importante de la colección que el Museo ha tratado de poner en valor en los últimos cinco años de diversas maneras. En primer lugar, se ha incrementando el número de obras expuestas al público y las salas dedicadas a esta sección; esta ampliación ha culminado recientemente al reordenar la colección y dedicar cinco salas completas (de la 16 a la 20) a este periodo. Por otra parte, se ha procurado su enriquecimiento mediante la incorporación de piezas de calidad. De este modo, y entre otras, en 2003 se adquirió Bufones jugando al 'cochonnet' del pintor bilbaíno Eduardo Zamacois, en 2004 el paisaje Vista general de Toledo desde la Cruz de los Canónigos de Jenaro Pérez Villaamil, en 2005 el Retrato de Matías Sorzano Nájera de Vicente López y el Retrato de Federico de Madrazo pintando de Raimundo de Madrazo, y, más recientemente, De promesa de Adolfo Guiard. Por último, se ha organizado la exhibición de este fondo en diversas exposiciones itinerantes. De Goya a Gauguin se presentó el pasado año en Salamanca, Valencia y Sevilla, y recibió más de 94.000 visitantes.

Paralelamente a la organización de la exposición, el Museo ha acometido la edición de una cuidada monografía en la que, también por vez primera, prestigiosos especialistas analizan exhaustivamente las obras y ponen al día el conocimiento científico sobre cada una de ellas. Entre ellos se incluyen el historiador del arte Carlos Reyero y el conservador del Museo del Prado Javier Barón, ambos reconocidos especialistas en el siglo XIX.

 

DE GOYA A GAUGUIN. EL SIGLO XIX EN EL MUSEO DE BELLAS ARTES DE BILBAO

El Museo de Bellas Artes de Bilbao ha conseguido reunir una valiosa colección de más de trescientas pinturas y esculturas del siglo XIX. La cuidadosa selección de 130 obras y 67 artistas incluidos en el catálogo permite un extenso recorrido por un periodo artístico marcado, por una parte, por la transición entre las preocupaciones estéticas románticas y las primeras manifestaciones del arte moderno, y, por otra, por la convivencia entre manifestaciones artísticas tan variadas como el cuadro de gabinete, el paisaje realista, el retrato, la pintura costumbrista y la pintura de historia.

Entre las obras presentes en la muestra, más de 117 piezas, aparecen las de grandes nombres de proyección internacional, desde Goya y Gauguin hasta Sorolla y Zuloaga. Cabe destacar la presencia de los artistas vascos, que configuran aquí un núcleo de particular interés ya que fueron, junto con los catalanes, especialmente receptivos a la asimilación de experiencias plásticas modernas, en París, y también en Bruselas.

El genio de Francisco de Goya abre la selección con los conocidos retratos de sus amigos Martín Zapater y el poeta Moratín, éste último se exhibe recién restaurado. Le siguen el neoclasicismo de José de Madrazo, una gran pieza de tema bíblico de Friedrich Rehberg y el talento retratista de Vicente López.

Dentro del romanticismo de estirpe goyesca destacan las obras de Leonardo Alenza y Eugenio Lucas. El costumbrismo andaluz está representado con pinturas de Joaquín Manuel Fernández Cruzado, Antonio María Esquivel y Andrés Cortés. El paisaje romántico de Jenaro Pérez Villaamil es una de las obras maestras de la exposición, que ofrece además el contrapunto realista de los óleos de Carlos de Haes, Martín Rico, Aureliano de Beruete y Jaime Morera, orientados ya hacia el paisajismo impresionista.

Las escenas de historia y de costumbres fueron cultivadas por los pintores Vicente Palmaroli, Antonio Gisbert −con su visión intelectual sobre el artista−, Luis Álvarez Catalá, Alejandro Ferrant, Ricardo Balaca −con dos joyas de la pintura española, de reciente atribución, sobre espacios de ocio urbano iluminados por la luz artificial−, José Echenagusía −que responde al gusto internacional por los temas bíblicos interpretados en clave escenográfica−, Rogelio de Egusquiza−con una composición simbolista de tema wagneriano−, Francisco Pradilla e Ignacio Pinazo, y por el escultor Mariano Benlliure. El retrato, por Ángel María Cortellini, José, Federico y Raimundo de Madrazo, y por Juan de Barroeta.

Junto a ellos, un magnífico bodegón del francés Théodule-Augustin Ribot, con influencias del barroco español, y una pequeña representación prerrafaelita del inglés Thomas Francis Dicksee. La herencia del fortunysmo está representada por Joaquín Agrasot, José Jiménez Aranda y por el bilbaíno Eduardo Zamacois, de quien el Museo posee una buena representación.

La siguiente generación, con Adolfo Guiard, amigo y discípulo de Degas en París, y Anselmo Guinea a la cabeza, dará el paso desde el realismo o el costumbrismo academicista hasta el impresionismo. Guiard, al viajar a París, pudo conocer directamente las novedades impresionistas e incorporarlas a la pintura local. La aldeanita del clavel rojo es, sin duda, una de las obras maestras de Guiard y una de las más emblemáticas del Museo. Por su parte, Guinea evolucionará desde el pintoresquismo hasta un manejo más libre de la luz y la pincelada.

Algunas de las obras de esta vertiente de la pintura vasca se ponen en contexto con destacadas obras internacionales. Entre ellas, la del pintor de origen italiano afincado en Francia, Adolphe Monticelli −cuyos denso empaste y armónica luminosidad fascinaron a Van Gogh−, una obra extraordinaria, Mujer sentada con un niño en  brazos, de la pintora impresionista norteamericana Mary Cassatt, que trabajó con Renoir y Degas, y, sobre todo, Lavanderas en Arlés de Paul Gauguin, que responde al cromatismo luminoso y sintetista de su estancia en Arlés.

A la pintura realista El beso de la reliquia de Joaquín Sorolla le acompañan el luminismo de Santiago Rusiñol y Joaquim Mir, y el particular puntillismo de Darío de Regoyos, conectado con Bruselas, otro importante foco de renovación en el fin de siglo, de quien el Museo posee también una extensa representación.

Los primeros ejemplos de la escultura vasca del cambio de siglo a cargo del escultor bilbaíno Nemesio Mogrobejo son expresión del gusto clasicista que caracterizó las primeras experiencias modernistas de su autor. Por su parte el escultor Francisco Durrio, amigo de Gauguin y Picasso y personaje clave para la integración de los artistas vascos en París, interpreta en cerámica un modelo clásico femenino con visión simbolista y primitivista.

Siguiendo la estela de Guiard, Regoyos y Guinea aparece la obra de los artistas vascos que fueron apareciendo en los años finales del siglo XIX y en las primeras tres décadas del XX. Por medio de algunas de sus piezas maestras, pueden seguirse las trayectorias de Ignacio Zuloaga, −y su célebre Retrato de la condesa Mathieu de Noailles, Francisco Iturrino, o Ángel Larroque, algunos de los cuales tuvieron un considerable éxito en el París de la época, integrándose en los movimientos más renovadores, como el fauve Iturrino, amigo de Derain, Vouillard, Matisse y Picasso, o colaborando en la formulación de la estética de la Generación del 98, como Zuloaga y ciertos aspectos de la obra de Larroque.


En la imagen:
Paul Gauguin (París, Francia, 1848-Atuona, Islas Marquesas, 1903)
Laveuses à Arles. (Lavanderas en Arlés), 1888
Óleo sobre lienzo, 74 x 92 cm


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