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En una época, a caballo entre los siglos XIX y XX, en la que la cultura de la fama constituía aún un fenómeno incipiente, el compositor francés Erik Satie, consciente de la relación entre imagen pública y reconocimiento profesional, fue transformando su aspecto a lo largo de su vida en función de sus metas artísticas creando una serie de “personajes públicos de sí mismo” cuidadosamente cultivados. Fueron sus amigos -artistas de la Bohemia y la vanguardia parisina- los que contribuyeron a proyectar esta imagen a través de una serie de retratos realizados al compositor. Nombres como Man Ray, Jean Cocteau, Marcelin Desboutin, Picabia, Brancusi o Picasso formaron parte de esta red artística en la que los dibujos, las caricaturas, las fotografías o los óleos se encargaron de definir la imagen pública del compositor.

Precisamente en este contexto histórico, Ramón Casas y Santiago Ruisiñol, junto a Ignacio Zuloaga, compartieron un pequeño alojamiento en el recinto del Moulin de la Galette. Allí, Satie los frecuentará durante años y, desde entonces, será constante en su entorno la presencia de artistas españoles.

Las variaciones de su imagen pública (de artista bohemio a romántico, de dandy a genio, etc.) estuvieron estrechamente ligadas con la evolución estilística de sus composiciones musicales: de las aclamadas Gymnopédies (1888) al ballet Parade (1917); del protagonismo del piano de sus Nocturnes (1919) al diseño de la música para la película Entr’ acte (1924) de René Clair, actualmente expuesta en el museo.

El propio Satie cultivaba extremadamente la mirada, ejercitándola muy especialmente sobre las obras de sus amigos pintores, hasta el punto de que prefería hablar de arte antes que de música. Tal vez fuera esa sensibilidad hacia las artes plásticas lo que le hiciera “mirar”, “mirarse” y “hacernos mirar” de otra manera.