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Desde sus comienzos dadaístas hasta su plena integración en el grupo surrealista, Max Ernst supo manejar a la perfección la retórica del azar y el automatismo. Sus collages del periodo dadá suponen la formalización de la práctica del azar, es decir, la utilización de las asociaciones fragmentarias de cualquier material combinable al alcance del verbo y de la mano. A partir de aquí, Ernst imaginó diversos métodos que observaban un principio de funcionamiento idéntico, el del collage, o mejor aún y en términos generales, el del montaje, entendido como el acercamiento entre elementos inconexos. De esta insospechada y casual aproximación, los significados de lo real saldrían trastocados, desplazados, y recompondrían a su vez una nueva realidad.

El frottage es una de estas técnicas semejante en todo al principio collage, con la salvedad de que las texturas gráficas empleadas se obtienen como huella de la superficie de las cosas. Aunque el frottage parta de esa misma idea de fragmentación, puede convertirse con suma facilidad en la representación de cualquier narración paradójica al modo del azar objetivo surrealista. Así, Max Ernst también asimilaría las ideas psicoanalíticas del surrealismo, seleccionándolas y manipulándolas en beneficio de sus propios fines como útiles para la creatividad y la generación de artificios poéticos.