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Hoy en día, la carta ha perdido toda su vigencia como medio de contacto. La inmediatez impuesta por las nuevas formas de comunicación ha relegado a un plano casi olvidado la naturaleza de la correspondencia. Quizás, solamente la época navideña se atreve a recuperar esas cartas como elemento mágico. 

Pero echando la vista atrás, a lo largo de los siglos, la correspondencia conformaba toda una forma de relación imprescindible. Las cartas construían el placer del intercambio, de la memoria y el afecto; de una conversación imposible de darse, puesto que el momento de escribirla (en presente) nunca se correspondía con el momento de recibirla (en futuro). Esas cartas también hablaban de quién las escribía. Los verbos, adjetivos, o las expresiones no son aleatorias; conforman un retrato que, si bien no es pictórico, sí es caligráfico.   

Esa misma correspondencia atraviesa la colección del museo: la que Paul Gauguin mantuvo con Vincent Van Gogh desde Arlés, explorando otras formas de expresión artísticas; la que dedicó Felipe II a sus hijas, rompiendo la imagen altiva y seria que retrató Moro; en las cartas de August Rodin cuyas enseñanzas fueron legadas tanto a Moisés de Huerta –con su imponente Una Hetaira– como a Rainer María Rilke, autor por excelencia del epistolario poético con su obra magnánima: Cartas a un joven poeta. También las de Charles Dickens destinadas a sus amores imposibles, que impregnan sus grandes obras -como David Copperfield o Un Cuento de Navidad– y que resuenan en Las tres Gracias de Antonio Saura (a pesar de los años que los separan). Son solo algunos ejemplos entre tantos otros casos.  

En estas cartas admiramos la frustración derivada de la condicionante espera, de la dicotomía entre lo imaginado y la cruda realidad; de lo que sucedió, lo que fue posible y lo que nunca se dio. Cartas de una intimidad a distancia que, en la actualidad se nos revelan como secretos cómplices o historias no contadas.  

Es hora de releer esas cartas: por aquellas que se escribieron, por las que fueron contestadas y, muy especialmente, por aquellas que nunca fueron leídas.