110 ELOGIOS AL VACÍO

DEIA concluye la serie que ha dedicado al Museo de Bellas Artes apoyando sus 110 años que se cumplen hoy. En estas páginas están también algunas de las personas que han comentado las obras de la colección de la pinacoteca.

Juan José Baños Loinaz, Director de Deia   |   Fotos: José Mari Martínez
Viernes, 05 de octubre de 2018

Elogiar el vacío es desafiar a la Naturaleza. Un reto sólo al alcance de genios. Oteiza y Chillida, Chillida y Oteiza lo eran. Ellos nos acostumbraron a hacer del vacío algo cotidiano. Nos acostumbraron a verlo. A sentirlo. Más aún, a admirarlo. A hacerlo bello. Se empeñaron en construirlo en oposición a la materia. El gran enemigo, pero el gran aliado. No son nada el uno sin la otra. Y a partir de ahí, de esa necesidad vital compartida, construyeron caminos diferentes. Hubo quienes creyeron que opuestos, pero fueron solo diferentes. Hubo quienes hicieron épica de una teórica enemistad. Pero fuimos legión quienes disfrutamos con su histórico abrazo. Fue aquel un ocaso digno de dos genios que los siglos no harán sino recordar como ejemplo de lo poco común. También en eso.

Me acerco a ambos y a sus obras con tanta admiración como inexperiencia. Pero también con la serena compañía cómplice de Miguel Zugaza. Sé que soy un privilegiado al haberme reservado como fin de esta magnífica serie 110 años/110 obras las tres esculturas de los dos genios elegidas por el Museo de Bellas Artes. Tres joyas artísticas dentro de una gran joya contenedora, en constante progresión. Serenidad en la gestión no es en este caso sinónimo de lentitud. Al contrario, ideas y casco de obra han convivido y conviven en armonía para proyectar el museo hacia la ría. En fin, un privilegiado. Así que les daré mi particular visión sobre las tres obras en cuestión, a partir de esa visita en buena compañía.

Alrededor del vacío habla del Chillida cómplice de la naturaleza y su infinito poderío. El hierro choca entre sí resultado de esa impronta produciendo, lo quiera o no una materia tan nuestra como el hierro, un vacío que se muestra abrumado por la manera en que nace. Casi rendido ante tanta rotundidad. Casi violencia. Vacíos en cadena nos muestra, en cambio, al Oteiza matemático, delineante, calibrador... constructor de un camino de armonía entre vacío y materia. Nada es casual en esa cadena que no parece tener fin más allá de que la física lo certifique. Quién es ella para contradecir a un genio del vacío.

Un genio, Jorge Oteiza, con sentimientos. Porque al otro lado del vacío está ella. Itziar Carreño lo fue todo para él. Además de compañera. Así que acierta el museo para desequilibrar la balanza expositiva entre los dos grandes de nuestra escultura con Retrato de mi mujer. Oteiza la ideó, trabajó y finalizó cuando la pareja estaba a punto de abandonar América, donde se conocieron, para instalarse en Bilbao. El escultor inmortal podría haberse empeñado quizá en mostrar a una bella Itziar. Pero ha dejado para el recuerdo de su gran amor un busto simple, desnudo de cabellera. Un elogio a lo verdadero y limpio. A lo geométrico. Incluso a lo modesto. La imagen de Oteiza besando su escultura, quizá la más querida, ha quedado también para la historia.

Habrán podido apreciar, y si no lo confieso yo mismo, que la intención de glosar unas obras de arte no siempre casa con el acierto de quien lo intenta. Confesado queda. Es la primera vez que escribo sobre el particular. La primera vez que firmo un texto desde que regresé hace unos meses a DEIA. Y la primera vez que siento vértigo antes de que se publique. A los 110 elogios al vacío, que he intentado proyectar, quiero unir 110 disculpas por mi osadía y 110 felicitaciones al museo, con el que tantas cosas he compartido y al que quiero tanto.